"EL ENTUSIASMO"

el impulso de CNT tras el franquismo llega a la pantalla grande en #Valladolid

 Esta proyección se encuadra en los actos de homenaje a *Fernando Carballo*, compañero que tuvo el triste honor de ser el preso libertario que "más tiempo pasó en la cárcel bajo el franquismo": veintiseis años desde que se negó a callar que a su padre lo fusiló la guardia civil por ser de CNT. Este año se cumplen cien de su nacimiento en Castronuño (Valladolid).

 [spoiler ALERT]

Fallout, o el siniestro porvenir según la burguesía

La serie, emitida por Amazon Prime, muestra qué horizonte encuentra la burguesía para su mundo y las gentes que lo poblamos. Pese a todo el desarrollo tecnológico del que alardean, que supuestamente debería llevar a una vida mejor a decir de sus propagandistas, la burguesía no logra engañarse del todo respecto al futuro que su sistema, el capitalismo, tiene que ofrecer a la humanidad una vez superada -algo que ocurrió hace décadas- su fase ascendente y progresista.

La historia comienza en algún lugar de California, aparentemente en la década de los 50 del siglo XX, poco antes de que estalle una bomba nuclear (o varias, eso no se aclara). A partir de ahí la humanidad se divide entre los ricos que han podido comprar su parte en los refugios nucleares comercializados por una poderosa empresa que, a la postre, resulta ser responsable de la misma explosión atómica para poder vender sus refugios y garantizar su negocio; y el resto de los mortales; muchos de ellos, quizá la mayoría, efectivamente muertos, el resto intentando sobrevivir en las condiciones hostiles que el capitalismo senil les ha proporcionado. Esa misma visión simplona y esquemática de las causas de las guerras en el capitalismo es una buena muestra de la indigencia intelectual que los ideólogos burgueses, particularmente los “creativos”, están alcanzando los últimos años.

La serie va alternando la vida en los refugios con una panorámica del horror de superficie. En los refugios, la burguesía reproduce una ridícula parodia de la democracia americana, con campañas electorales, elecciones y tarta de manzana. No pude eludir, por supuesto, una rígida división del trabajo ni la jerarquía.  Ni el individualismo atroz que ha sido seña de identidad durante decenios del “sueño americano”.

Ese mismo individualismo se vive arriba, en la superficie asolada por las bombas. Pero en la mente de nuestros guionistas ni en la peor de las catástrofes pueden resurgir algunas de las señas de identidad de nuestra especie, como la cooperación y el apoyo mutuo. 

Sobre la corteza terrestre se vive un far west postapocalíptico en el que nadie produce nada y todo es un permanente bazar: la ideología del comercio como motor del mundo, donde la producción, si sucede, es algo accesorio y anecdótico. Lo más parecido al trabajo humano que encontramos es la labor de chatarrero. Como nadie produce nada, lo único que queda es recoger lo que quede de lo que, en la cabecita de nuestros guionistas-ideólogos, sería la edad dorada del capitalismo, la década de 1950. De modo que el mundo, en la visión del futuro de Lisa Joy y Jonathan Nolan (igualmente coguionistas de la también distópica Westworld) los trabajadores no existen, el mundo está poblado de matones, yonkis, buscavidas, estafadores, caníbales, señores de la guerra y algún que otro honrado buscador de chatarra, siempre a merced de lo que los poderosos tengan a bien depararle, a modo de siervo medieval.

Comercio y una permanente lucha de todos contra todos que haría las delicias de Hobbes y todos los amantes del Estado: privado de la autoridad gubernamental, la humanidad solo puede devorarse a dentelladas.  Y en Fallout, literalmente, ya que abundan las referencias al canibalismo. Lo único que escapa a la lucha individual contra el resto de la humanidad parece ser La Hermandad, una especie de orden militar dirigida por maestres alucinados y en posesión de poderoso armamento que se ha encomendado a si misma la misión de recuperar tecnología antigua (es decir: nada de producir sino seguir buscando chatarra) para que no la tengan los demás.

Como trasfondo, que solo conoceremos al final, la esperanza tecnológica de la energía ilimitada, que las malvadas multinacionales intentaron impedir y fue lo que a la postre condujo a la guerra nuclear. De nuevo, la total incapacidad para una mínima comprensión de su propio mundo y las leyes internas que lo rigen. No se trataría del propio funcionamiento del sistema lo que conduciría a la guerra, sino la voluntad desviada de algunos individuos (probablemente ricos, para hacer un amago de crítica social sin consecuencias tan del gusto de los cineastas progres).

La trama en sí carece de interés. No es más que un western y no precisamente de los buenos, aunque no deja de estar entretenida. Lo interesante es comprobar cómo la burguesía, a través de su industria cultural (uno de los más potentes mecanismos de producción y difusión ideológica), es incapaz de vislumbrar un futuro sin invierno nuclear, en el que no nos comamos unos a otros.